martes, 29 de septiembre de 2009

El alma de las empresas

Si el Arte tiene alguna utilidad, ésta sería tan sólo para servir de alimento al alma. Algo así afirmó el escritor Paul Auster al recibir en 2006 el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.

Como ahora andamos liados en el debate sobre la necesaria construcción de una cultura de lo interdisciplinar [1], en la que podamos intersectar el talento, el empuje y el potencial de los creadores, los empresarios más emprendedores y las instituciones públicas y privadas más concienciadas al respecto, deberíamos extender la afirmación de Auster más allá del territorio de las artes, para , si no aseverar, sí al menos preguntarnos: entonces, ¿tienen alma las empresas y las grandes corporaciones industriales? De ser así, podríamos respirar tranquilos en nuestro desvelo por fijar los potenciales objetivos de un Centro de Arte y Tecnología , pues buscando su alimento espiritual, éstas proveerían a los artistas de cuanto fuese necesario para modelar –dar forma- al alimento del alma.

Sin embargo, mucho nos tememos que la mayoría de nosotros contestaríamos negativamente ante esta compleja y espiritual pregunta. En este segundo caso, sí que deberíamos preocuparnos, al asumir que no parece previsible que dicha colaboración o sufragio se pudiera producir al contar con empresas faltas de alma.

Una segunda pregunta surge entonces como consecuencia de esta respuesta negativa: entonces, ¿tienen alma las instituciones públicas? Ya que éstas parecen ser las únicas que están dispuestas a subvencionar a aquellos que dan alimento al alma. Tal vez, como cuerpo colectivizado de la masa social, recojan algo del alma individual de sus miembros componentes, esto es, nosotros, los ciudadanos más creativos y talentosos, en las que nos reconocemos. Pero, entonces, ¿por qué, al menos en nuestro país, este alimento no llega a producir el deseado efecto?

Urge un análisis al respecto.

En primer lugar, debemos ser plenamente conscientes de que el debate que aquí nos ocupa se circunscribe al territorio español y por lo tanto a una zona que deberíamos encuadrar dentro del contexto cultural europeo; altamente proteccionista por parte de sus instituciones públicas y cuyos creadores son enormemente dependientes de las subvenciones de las administraciones públicas. Es práctica habitual en España (y en la mayor parte del territorio europeo) la demanda de los sectores productores de la creatividad de apoyos y ayudas por parte de las instituciones públicas, que permitan ejercer el oficio de artista o de creador en libertad de acción y de pensamiento. Pero no deja de ser ésta una contradicción en términos que, sin embargo, ha sido asumida con total naturalidad por la dinámica del sector artístico y cultural durante los últimos 30 años, funcionando sin excesivas estridencias durante algunos periodos de gobiernos socialistas, pero lleno de molestas interferencias y colapsos -por las censuras que suelen dictar- cuando el talante de los que las gobiernan es –en el menos malo de los casos- conservador o de derechas.

Trabajar con instituciones públicas exige el sometimiento al decoro y a «las buenas formas» -políticamente correctas- que toda institución pública se arroga y que, en el caso de los conservadores de derechas, se eleva hasta niveles de auténtica injerencia y censura moral y política.

Sin embargo, el modelo de colaboración, financiación o patrocinio privado que funciona, por ejemplo, en los Estados Unidos, donde las leyes del mercado en el campo del arte está tan claramente delimitadas (no hay mas que ver su Ley de Mecenazgo), no parece ser una mejor solución, por cuanto que son éstas las únicas que se erige en autoridad capaz de marcar modelos de actuación y de creación de tendencias estético-artísticas, y que suelen obligar a los creadores a practicar una auténtica “venta de su alma” al “diablo” financiero o industrial que los ampara y financia.

Nuestra opinión al respecto es más bien compleja y “chaquetera”, pues, si bien es cierto que la situación ideal para la creación artística (y para cualquier tipo de acto creativo) debería producirse en un ambiente de libertad exento de “dependencia” o subvención alguna (ya sea pública o privada), pues el librepensamiento y la acción creativa sin sometimientos ni cortapisas son la base que garantiza la requerida ética y moralidad personal y profesional que debe emanar de todo discurso artístico, sin embargo, deberíamos precisar y matizar que no es lo mismo el territorio de acciones encaminadas a las Prácticas Artísticas que aquél específico donde se desarrolla la Investigación y la Innovación contemporáneas.

Enunciado de esta manera, parece tan obvia esta distinción, que dicha puntualización resultaría harto evidente, y por tanto despreciable, si no hubiésemos observado cómo los artistas se están desplazando en la actualidad desde el territorio individual de la bohemia y la creación en soledad hacia el territorio colectivo e interdisciplinar de la creatividad compartida, haciendo que esta distinción pueda resultar no sólo pertinente, sino incluso conveniente.

Asistimos en la actualidad a una especie de confusión acerca del rol del artista, quien, involucrado ya de manera habitual en grupos interdisciplinares de investigación que desarrollan proyectos de I+D+i, suele confundir el papel de la creatividad –hoy por hoy presente en todas las ramas de la ciencias cuyos interlocutores trabajan a un nivel de alto rendimiento y elitismo-, con aquel que es específicamente dependiente de las condiciones y el talento del agente creativo.

Al mismo tiempo, asistimos a una constante ampliación de la nómina actual de agentes productores dentro de los territorios de los lenguajes y prácticas creativas con la incorporación a la misma de diseñadores, publicistas, infografistas, músicos, ingenieros, programadores, y un largo etcétera de colectivos profesionales fundamentados en la creatividad e inventiva, algunos de los cuales se forman en las actuales facultades y escuelas de Bellas Artes.

Como entidades universitarias que son, estas entidades educativas tienden actualmente a mezclar junto a sus programas y objetivos docentes la exigencia de realización de tareas de investigación, aún sin haberse aclarado previamente las características identificativas de éstas dentro del ámbito de la creación artística en general y de las Bellas Artes en particular.

Al requerimiento de participación activa en proyectos de investigación por parte de los gobiernos universitarios, regionales y nacionales, se une la recomendación –legítima por supuesto- por parte de éstos de establecer convenios con empresas, con el fin de conseguir subvenciones públicas y privadas que les permitan aspirar a la tan reclamada y exigida autofinanciación, aún sin conocerse mínimamente los roles que cada grupo deberá arrogarse en el desarrollo de estas actividades interdisciplinares.

En muchas ocasiones, el artista piensa todavía hoy en términos románticos de creación, y su incorporación a estos grupos interdisciplinares suele generar por ello bastantes malos entendidos, sobre todo aquellos relacionados con derechos de autor, propiedad intelectual, liderazgo, comprensión de los lenguajes de las demás disciplinas, etc.

Si estos aspectos quedaran suficientemente aclarados y por tanto asimilados, entonces podríamos augurar que, no sólo la financiación y el mecenazgo empresarial superaría sus limitaciones actuales (la mayoría derivadas de una actual ley española de Mecenazgo que no ha sabido crear los incentivos fiscales que haga suficientemente atractiva para dichas empresas y corporaciones privadas dicha inversión en la promoción y desarrollo del Arte y la Cultura, tal y como sucede en la mayoría de los países desarrollados occidentales), sino, lo que es aún más importante y es el objeto de la presente reflexión, que esta nueva actitud y sensibilidad -individual y colectiva- ayudaría a poner los cimientos para la construcción de esa necesaria e inevitable “cultura de lo interdisciplinar”, que todavía no se enseña en las escuelas ni se practica en la universidad.

Por mi particular experiencia, personal y profesional, defiendo la inversión empresarial –fundamentalmente en lo referido a investigación creativa e innovación- como una lúcida manera de abrir campos de futuro para las empresas, sea cual sea su capacidad, estructura y tamaño. Las grandes deberían por tanto sumarse a los patronatos de los centros de producción y de creación contemporánea (el mejor ejemplo actual son los CAT) junto a las instituciones públicas –sin que ninguna de ellas tuviera una posición predominante dentro de éstos-, firmar los mejores convenios Universidad-Empresa, o asociarse como empresas colaboradoras en los grandes proyectos de investigación cofinanciados por la Comunidad Europea y por los ministerios nacionales. Las más modestas, colaborar activamente en el desarrollo de pequeños proyectos regionales o locales, donde la creatividad fuera uno de los factores explícitamente descritos en sus objetivos y sus grupos tuvieran una ponderada interdisciplinaridad.

Por mi propia experiencia en el MIDECIANT de Cuenca, y también por la personal –como artista multidisciplinar-, he llegado a convencerme de que el acceso a las empresas –grandes y pequeñas- por parte de los sectores creativos y la buena disposición empresarial en torno a posibles mecenazgos, patrocinios o colaboraciones en temas de arte y creatividad, viene determinada, en la mayoría de las ocasiones –aunque se suela pensar lo contrario-, por la voluntad o la inclinación personal e individual de sus altos ejecutivos. Al fin y a la postre, éstas dependen –jerarquizadamente- de personas individuales, cuya vocación extra-empresarial o, en la mayoría de los casos, sus particulares devociones y capacidades personales referidas a la comprensión y aceptación de las prácticas artísticas contemporáneas, determinarán en buena medida su predisposición a apoyar proyectos de arte e innovación creativa.

Cuando en un momento determinado esta feliz situación acontece, lo normal es que se destinen fondos presupuestarios excedentes de dicha empresa para tales menesteres (generalmente en recursos propios, y, sólo en algunas ocasiones excepcionales, en cash).

En cualquier caso, hemos venido observado como, a raíz de la espectacularización actual de la cultura y la creación artística (defecto que se hace superlativo cuando es la política directa y personalista la que la ejerce), la tendencia entre las grandes corporaciones privadas es hacia la generación de sus propios eventos y proyectos, invirtiendo –entonces sí- grandes sumas de dinero y recursos en sus propias marcas culturales, raramente compartidas con alguna otra entidad –salvo en el caso de puntuales colaboraciones con instituciones públicas, que muchas veces son reclamadas por su potencial de apoyo logístico- (véase, por ejemplo, el macroproyecto cultural GreenSpace de la marca cervecera Heineken).

Pero, en cualquier caso, no veo factible ni viable en los tiempos que corren un mecenazgo desinteresado y ligado directamente a la creación artística individual, cuando ésta se fundamenta en el apoyo al desarrollo de proyectos y discursos personales. En principio por un problema de integridad moral del artista y en segundo lugar porque no existe tradición en este sentido en nuestro país, salvo contadas excepciones –y debidas todas ellas a la buena voluntad individual de altos ejecutivos, sensibles a las prácticas artísticas contemporáneas, como ya he mencionado.

Sin embargo, cuando se habla de incubadoras para la innovación, de foros de creatividad interdisciplinar, de espacios compartidos y consensuados entre empresas, agentes creativos e instituciones concienciadas y guiadas por el reglamento tácito de “las buenas prácticas”, el asunto trasciende el problema del patronazgo y la cesión de recursos desde lo empresarial a lo individual, para abordar un territorio de mucho mayor rendimiento como es “el espacio común de pensamiento” –o “conocimiento colectivizado”- que, mediante el encuentro del talento, la creatividad y la innovación, proveerá de las bases para la construcción de una sociedad más competitiva y encaminada a alcanzar los retos planteados por la salvaje crisis económica, social y cultural de la nuestra sociedad actual.

Argumentos todos ellos que no hacen sino apoyar e incentivar la creación de Centros de Arte y Tecnología –como el CAT de Zaragoza- , eso sí, creados desde la filosofía de “las buenas prácticas” y en manos de patronatos mixtos independientes, equipos directivos contratados por concurso y evaluados por especialistas externos, y habitados por talentos creativos emergentes, empresarios arriesgados e innovadores, investigadores responsables y políticos humildes.


[1] Rescato para compartir con vosotros en el Blog algunas reflexiones que me hacía algún tiempo atrás en un texto que escribí a propósito de mi participación en unas Jornadas organizadas por la Asociación de Artistas Visuales de Madrid (AVAM) y que se publicó con el título de: “I+D+ivs Creación Artística Contemporánea: Características y diferencias para potenciales mecenazgos, patrocinios y subvenciones por parte de entidades privadas en España.” AVAM . Inventario nº 13. Madrid. 2006. Me parece que éstas –convenientemente seleccionadas y puestas al día- pueden resultar pertinentes para completar las reflexiones que, apropósito del CAT de Zaragoza, inicié en mi última aportación al el Blog (27/09/09).

domingo, 27 de septiembre de 2009

El peligro de pensar en voz alta. A propósito del CAT de Zaragoza.

El mayor peligro que le veo a un Blog es que invita a pensar en voz alta, sin darte cuenta de que el eco de tus pensamientos traspasa el umbral de lo privado para convertirse en público y notorio, sin limitaciones espaciales. Y ése es sin duda mi mayor enemigo. Lo ha sido siempre, pues a mi natural tendencia a ser francotirador se une mi falta de prudencia y lo poco que me han importado siempre los daños colaterales que mi librepensamiento -bien o mal entendido, según ocasiones- causa en los demás.

Tenía al respecto la confianza de que la madurez (y en el peor de los casos, la vejez) corrigieran en mí este tremendo defecto. Veo que tendré que esperar a la segunda oportunidad, pues la primera la veo irremediablemente perdida.

Venía esto a colación de una serie de pensamientos que me han acuciado durante todo el fin de semana, desde mi regreso de Zaragoza, donde fui invitado por el Ayuntamiento de la capital aragonesa a dirigir una Mesa Técnica de reflexión y debate en torno al nuevo y flamante proyecto del CAT (Centro de Arte y Tecnologías) que su alcalde presentó, en olor de multitudes, el miércoles pasado. Debo decir de antemano y para que no se me malinterprete cuando exponga públicamente los pensamientos que pululan mi cabeza al respecto, que la concepción de este proyecto y la actitud política que lo ha impulsado son a mi modo de ver ejemplares. Sí, extrañamente ejemplares, dado lo poco frecuente que supone estas buenas prácticas en nuestro país. Y yo tengo buenas vibraciones al respecto. Mi instinto y mi experiencia en estos casos me susurran ahora al oído –bajito y de forma tímida- que éste sí que va a salir bien, por primera vez en nuestro país.. y ya van unos cuantos intentos caramba!!

Debatiendo en público con mis compañeros de Mesa [1] –ante un auditorio repleto, con más de 450 personas y toda la plana mayor de la política aragonesa en las primeras filas y sin perder detalle- las características, los retos y los peligros de crear una entidad tan abstracta como es sin duda un Centro de Arte y Tecnologías, la cosa no pudo resultar más interesante. Que si se debe convertir en un catalizador social que encauce el deseo. Que si debe ser foro de encuentro y provocador de sinergias entre los fondos e infraestructuras públicas, las aspiraciones empresariales y los jóvenes talentos. Que si debe ser una escuela permanente de sueños arriesgados para los empresarios emprendedores, que si debe localizar la creatividad local para fundirla con la exterior. Que si debe proveer –desde la institución pública- de una personalidad jurídica que permita el acceso a los fondos y dotaciones para investigación. Que si su arquitectura debe evitar el peligro de la brillantez cegadora del gran proyecto constructivo para ser fundamentalmente eficaz, capaz de ofrecer un espacio discreto, adaptativo y modular que acoja la neutralidad del programa inicial que busca satisfacer la máxima de que la innovación es eso que no podemos definir previamente ni acometer desde metodologías y objetivos preestablecidos por cuanto nadie pone en cuestión que inventiva es aquello impredecible que está donde menos se la espera.

En definitiva, bonitos deseos que no forman sin embargo cuerpo alguno. Entelequias indemostrables que no conforman por sí mismas cuerpo ni substancia alguno.

Así, de esta manera, regado de dudas regresaba yo de tan celebrado evento, preguntándome abstracciones tales como ¿qué forma debe adoptar un CAT? ¿qué programa debe ponerlo en funcionamiento? ¿qué cualidades debería tener el equipo encargado? Creo sinceramente que nadie a fecha de hoy tiene respuestas para estas sesudas preguntas. Lo más aproximado es lo que habita como cuerpo experiencial en las privilegiadas mentes de esa reducidísima nómina de genios creativos que un día se dejaron guiar por sus intuiciones para crear esos poquísimos espacios existentes en la esfera internacional que pueden ser considerado modelos del CAT actual y que, incluso éstos, sólo nos servirían de precedentes que habría que adaptar a los nuevos paradigmas socio-económico-culturales devenidos de la reciente crisis mundial.

Nadie sabe por tanto cómo debe ser ni cómo se debe afrontar un programa que le dé contenido y que, siguiendo una hoja de ruta, permita alcanzar lo indefinible y que, sin embargo sí que se sabe con certeza y precisión qué debe producir.

Ojalá que el encargo de poner en marcha este anhelado y necesario CAT de Zaragoza –titánica e imaginativa tarea soportada por el riesgo como paradigma- recaiga sobre un equipo de profesionales de inteligencia contrastada, capaces de aplicar como programa de trabajo el sentido común y no una brillante trayectoria jalonada de incontestables certezas teórico-crítico-curatoriales.

La vida que pueda producirse dentro de este CAT –ésa que jalonada de sinergias, encuentros y descubrimientos conforme el necesario patrimonio de las ideas-, se insuflará a partir del tejido de una innovación que permita entrever –aunque sea a base de delicadas puntadas discontinuas- cómo es el futuro al que aspiramos, y qué papel tendremos que adoptar en él. Esa vida es y debe ser la razón de todos los esfuerzos encaminados a su construcción efectiva. Tan necesaria para nuestra supervivencia como el aire que respiramos, pues no olvidemos que innovar no es sino dar curso a la necesidad que como especie tenemos de cumplir el programa de la adaptación, que tanto urge en momentos históricos como el actual en el que nuestra biología vive en crisis ante la magnitud del cambio ambiental que nos rodea. En palabras de Jorge Wagensberg, uno de los científicos más lúcidos y creativos que viven y trabajan en nuestro país: “La solución no trivial para seguir vivo, cuando la incertidumbre aprieta, combina dos estrategias: la de mejorar la anticipación y la de mejorar la acción (Independencia activa)” [2]

Sólo con proyectos tan ambiciosos, abstractos, arriesgados e indefinidos como éste podremos afrontar el grueso de alguno de estos retos pendientes.



[1] Roberto Gómez de la Iglesia (director del proyecto Disonancias de Donostia), Pedro Soler (director de Hangar en Barcelona) y David Cuartielles (Arduino, Zaragoza).

[2] WAGENSBERG, Jorge: Si la Naturaleza es la Respuesta, ¿cuál es la pregunta? Y otros quinientos pensamientos sobre la incertidumbre. Tusquets, Metatemas #75. Barcelona. 2002. [79] P.38.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Fotografía y mirada en la era digital

La fotografía ha hegemonizado el acceso a la imagen y a sus lenguajes de tal forma que hemos llegado a confundir fotografía con mirada.

Es por ello que, cuando hablamos hoy de fotografía, resulta tan difícil posicionarse, ya que el punto de partida, la actitud o los propios intereses marcan el discurso y la manera de concebir a ésta.

Esta reflexión me la hacía ayer cuando evaluaba, en la Facultad de Bellas Artes de Madrid, la magnífica Tesis Doctoral de Manuel Santos Alguacil en torno a la crisis de la fotografía documental.

Para mí, sospechoso de posicionarme en la orilla digital de las nuevas tecnologías, éstas son las principales responsables de haber alejado a la fotografía de la posibilidad de ser documental. Como muy bien nos demuestra Joan Fontcuberta a lo largo de todos sus proyectos artísticos durante los últimos veinte años, con la tecnología digital se pone en crisis la credibilidad de la fotografía como documento, siendo ya desde entonces sospechosa de no ser veraz. Sólo la credibilidad del fotógrafo garantizará a partir de entonces su posibilidad de ser documentalmente creíble. La verdad está pues en la confianza en el fotógrafo y en la certidumbre de “limpieza” del proceso de transmisión de la misma. Ganan aquí por goleada las transacciones de fotografías de baja calidad y resolución enviadas vis-a-vis a través de sistemas de trasmisión directos y “en tiempo real” (chats, mensajes multimedia, etc.).

Como argumenta el propio Santos en su Tesis, la fotografía documental, entendida dese una concepción tradicional, es hoy un fósil que se refugia en otras parcelas de la representación para sobrevivir, al haber perdido su función indicial (tal y como lo define Roland Barthes). Pero, afortunadamente estamos a salvo de esta tragedia comunicacional, al menos los que creemos firmemente que podemos seguir denominando fotografía a todo lo visual, incluso lo que no es de naturaleza óptica o retiniana. Aunque, para ser totalmente sincero, yo preferiría pasar a denominar a las imágenes visuales electrografías, un término mucho más abierto y capaz de asumir con rigor a todas las imágenes técnicas con las que podemos representar la realidad circundante. El problema es que sería acusado de interesado, y de “barrer para casa”, al dirigir el único museo en el mundo que se denomina de esta manera.

La cuestión, por tanto, exige además la difícil tarea de fijar los límites territoriales de la denominación “fotográfico”. Compleja tarea por cuanto en la actualidad, por ejemplo, observamos cómo la imagen de síntesis 3D busca un fotografismo que se gane en la retina de su observador el adjetivo de “óptico” pues está ya en condiciones de alcanzar una mayor calidad fotográfica que ésta misma. También es sabido que los datos extraídos de fuentes no ópticas (o retinianas) terminan por configurar una imagen de carácter naturalista, tal y como han sido interpretados (dibujados o pintados) por el científico o técnico que las ha extraído de la fuente originaria, con un grado tal de forzamiento que, en palabras de Victoria Legido: “nos enfrentamos a una apariencia de la realidad separada ya de la imagen”. Y, por poner un último ejemplo significativo, el ruido de las imágenes digitales de baja calidad, tanto por su falta de resolución (Webcams de teléfonos móviles, ficheros de baja calidad, etc.), como por las interferencias asociadas a éstas durante su transmisión por los diferentes canales [1] , convierten a éstas en estándares visuales para los nativos digitales, quienes no reclaman a estas imágenes una mayor calidad, otorgándole a su limitada resolución y definición la categoría de “fotográficas”. Todos estos ejemplos son pruebas, indicios de que tal vez deberíamos proceder a realizar una revisión del concepto de “fotografía”, si es que queremos seguir denominando así –aunque sea por pura comodidad- a todas las imágenes técnicas que nos rodean.

Dibujada pues la nueva cartografía conceptual y funcional de la fotografía contemporánea (la de la era digital), no apta para puristas y sentimentales, comprendemos mejor porqué nos atrevemos a aseverar que fotografía y mirada andan confundidas en la visualidad contemporánea.



[1] En este caso, la acepción de ruido toma la definición acuñada por Abraham Moles.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Los mentirosos días de mi juventud

Aunque las hojas sean muchas, la raíz es sólo una.

A través de los mentirosos días de mi juventud

mecí mis hojas y flores al sol.

Ahora puedo marchitarme en la verdad

W.B. Yeats [1]

No he encontrado una cita más apropiada para describir el viaje –profesional y sentimental- en el que llevo treinta años embarcado. En este viaje se mezcla indisolublemente el apasionado proceso de maduración personal con la mirada en creciente perspectiva del devenir de los procesos y lenguajes artísticos; no sólo aquella que define la situación del Arte y que da cuerpo a la Cultura que disfrutamos (o sufrimos) en cada momento, sino la que me sumerge en la vergüenza de poder por fin mirar atrás y observar cuanto he creado y producido.

A cada golpe de la vida en mis carnes, una inevitable revisión de mi mirada, de mi memoria. No podría definir la verdad; tampoco creo que ésta se dejara con facilidad. Pero cuadrar las cosas de la vida como si de un puzzle infinito se tratara nos acerca a una sensación de verdad que sólo sirve para quedar en paz con la vida. Que no es poco.

Si escribo estos argumentos personales –e intransferibles- en este Blog es porque ese mismo proceso personal de “marchitarse en la verdad” podríamos aplicarlo al devenir del arte-en-la-era-de-la-cultura-digital. Pues aquellos “mentirosos días de mi juventud” están salpicados de creencias dogmáticas, pasiones desbordadas y cruzadas contra los no-conversos al nuevo arte. En esas deliciosas mentiras murió de forma trágica mi compañero Fernando Ñ. Canales. ¡Suerte la suya!. Ser superviviente significa sin embargo haber aceptado la posibilidad de “marchitarse en la verdad”. Ser pionero no es otra cosa que aceptar ser mirado por el otro como una vieja reliquia que justifica y da sentido a sus nuevas y benditas mentiras pasionales. La razón de las vanguardias artísticas. No se trata de renunciar a las mentiras ejercidas con apasionada honestidad en los días de juventud, sino de cuadrar las cuentas con la vida y con el arte para que no nos resulte un viaje evitable y gratuito. Pagar peaje por la vida y por la vanguardia es una alforja necesaria para poder “marchitarse en la verdad”.

Pero esa verdad huele a detritus y a la putrefacción de toda vanguardia histórica. Una de las mayores crueldades de nuestra sociedad actual es que ha impuesto un tempo tan voraz que nos sobra media vida. La que resta, sólo nos ofrece una atalaya dorada desde la que ser observador de la podredumbre de todo cuanto insuflamos como insultante modernidad en los años de juventud.

Esta reflexión soporta la decisión personal de diluir las verdades de juventud en un consenso colectivo que funciona en tiempo real y cuyo juez no es otro que el propio sistema retroalimentarlo que se abre a la otredad como notario de la realidad. Esta podría ser también una posible descripción del proceso-hacia-la-verdad del sistema de intercambio del Blog como foro virtual en el que depositamos e intercambiamos nuestros “mentirosos días de juventud”.

Ayer, en Forja Arte, durante la inauguración de la exposición “Exchange; Travel Lounge”, discerníamos apasionadamente acerca de la transformación en la otorgación social de la credibilidad y del prestigio desde la figura del “escritor” a la del “blogero”. Porque éste acepta un cambio del discurso cerrado de la palabra impresa hacia la construcción de un “estado de opinión” abierto, interactivo y que se da en el tiempo real de la Web. Que éste propone y cataliza para construir colectivamente el cuerpo del nuevo discurso, sabiendo adaptar su lenguaje y su identidad al medio que está empleando. Un blog, un chat y una web sólo tienen en común su virtualidad y el tiempo real interactivo en el que se producen, pero no seria posible generar el mismo cuerpo discursivo para todos ellos. Esta es la razón por la que las instituciones (cuerpos individuales o colectivos) que desean tener una presencia global en el Espacio Electrónico aprenden a adaptar – modificando si es preciso- sus identidades y sus discursos, según sea el medio y el canal que escojan para visibilizarse. Las relaciones que luego se establezcan entre la identidad física y cada una de las virtuales sería objeto de otro estudio aparte.

Me viene ahora a la memoria la celebrada frase de filósofo alemán Ludwig Wittgenstein, al aseverar que “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. Cuántas actitudes podríamos someter a su verdad. Porque el verdadero regalo de esta frase no consiste en certificar el cuerpo de nuestra anterior argumentación, sino el explicarnos además que sólo podemos “pasear por nuevos pasajes” y “ tener otros ojos” [2] en la media en que seamos capaces de expandir los límites de nuestros lenguajes. Un lenguaje limitado limita nuestra realidad. Un lenguaje especializado confina las fronteras de dicha realidad al estéril territorio del pensamiento especializado. Resulta sobrecogedor saber que los esquimales del Polo Norte poseen varias decenas de acepciones para el color blanco, al igual que los japoneses las tienen para el verde o para la lluvia. ¡Qué poco hemos mirado por cierto los españoles hacia la naturaleza, tan preocupados por el alma! Ya decía Carlos V que le hablaba a Dios en español, a los hombres en francés, a los pintores en italiano y a los soldados en alemán. Con este mismo propósito de alcanzar una realidad inédita, en ciernes, que asegurase en este caso el ser y el estar en una sociedad global a la que se asomaban por primera vez desde su forzoso encierro, los japoneses han tenido que asumir el reto –inverosímil para un castellano- de expandir sus fronteras lingüísticas e idiomáticas, creando nuevos vocabularios (Hiragana) Katagana, Romaji) capaces de acoger los neologismos y barbarismos que soportan el pensamiento de una cultura planetaria colonizada por la anglosajona, aunque para ello hayan tenido que sacrificar bases fundamentales de su ancestral cultura, fagotizándola, aniquilándola. Al igual que los chinos. Por ello, el mayor problema para “estar-en-Red”, para “ser digital”, no sea aprender sus lenguajes y mecanismos tecno-funcionales, sino estar dispuestos como sociedad a aceptar el enorme sacrificio cultural de devorarse a sí mismos con el fin de parir el monstruo mutante que asegure su supervivencia por el tradicional mecanismo de adaptación al medio que en Biología asegura la continuidad de una especie.

Sembrar ideas en la Red es un delicado proceso (y “cosa sería” que decía José Luis Delgado) que, partiendo de lo individual, se expande hacia los procesos colectivos que aseguran su cultivo y provee de la cosecha de un cuerpo de conocimientos entretejido. Expandir los lenguajes que permiten inocular colectivamente dichas ideas-semillas no sólo amplía los límites del mundo al que nos dirigimos, sino que posibilita la necesaria mutación del pensamiento resultante, que se renueva y se reinventa. El resultado ya no es propiedad del sembrador, sino del vendimiador, que no es sólo uno sino todos los que colaboraron en su cosecha.

Ser flexibles y estar dispuestos al cambio no es una cuestión de principios, sino de supervivencia. Esto vale no sólo para las cuestiones personales, sino también para las prácticas artísticas.



[1] Though leaves are many, the root is one;

Through all the lying days of my youth

I swayed my leaves and flowers in the sun

Now I may wither into the truth.

W.B. Yeats: “Arribo de la Sabiduría con el Tiempo”. En Antología Bilingüe. Alianza Editorial. Madrid. 1990.Pp.74-75.

[2] “El único verdadera viaje, el único baño de juventud, sería el de no andar hacia nuevos pasajes, sino tener otros ojos”. Marcel Proust. “Por el camino de Swan”. En busca del tiempo perdido.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Creative Commons & Copy Left

Me preocupa las razones que en muchas ocasiones se esgrimen para la defensa de someter a todos los programas informáticos bajo licencia de uso libre y gratuito o Creative Commons, así como de la abolición de los derechos de autor o Copy Left. El primer error de estos enfoque es de tipo conceptual, al equiparar ingenuamente creatividad con libertad. La libertad física de un artista a la hora de crear (que en este caso se concreta en el acceso libre y gratuito por parte del potencial artista a toda la gigantesca e inabordable base de datos que supone la actual Red Internet –en particular- y el Espacio Electrónico de la Comunicación y la Información –en general-), ni garantiza la libertad interior que precisa la creación artística, ni le hace más libre para poder expresar sus ideas. De ser así, la Historia del Arte habría sido constantemente privada de algunas de las mejores obras jamás creadas, como –y sólo por poner algún ejemplo reciente y en el mismo ámbito de la creación visual- las que el pintor Oskar Kokoschka –y otros tantos artistas judíos perseguidos y encerrados en los campos de concentración nazis- desarrollaron durante su cautiverio o privados de libertad física y de acceso a materiales y recursos.

Pensar que, porque para poder usar un determinado programa de ordenador, el artista digital debe conseguir una licencia (en este caso privada y por tanto no gratuita), su creatividad se verá limitada o, lo que es aún más ingenuo, que un artista que no puede acceder libre o gratuitamente a las imágenes preexistente que otros artistas crearon y divulgaron mediante la Red Internet su obra se verá mermada o limitada, desvela en el fondo ese determinismo tecnológico que tanto impera hoy día en el ámbito de la creación artística y de su especulación teórica.

Una cosa es no valorar en su justa medida ni reconocer las virtudes y beneficios que sobre la escena creativa contemporánea han ejercido movimientos y actitudes creativas radicales en el uso de estos planteamientos, como el Pirate Art o los movimientos hackeristas de la Red, y otra muy distinta y, a mi modo de entender, peligrosa –por inocente y errónea-, pensar que un artista queda seriamente limitado en su capacidad creativa porque las bases de datos y las herramientas no son de acceso gratuito.

Generar beneficios es un buen aliciente para desarrollar nuevas herramientas y recursos de gran eficacia. Es obvio que lo idóneo sería poder acceder libre y gratuitamente a éstos. Pero, no olvidemos que el marketing actual recomienda a los desarrolladores ofrecer acceso libre y gratuito a versiones limitadas de productos en expansión (por ejemplo a las bibliotecas o fuentes que enriquecen la base operativas) , lo que, en la práctica significa ofrecer ese acceso libre y gratuito (aunque no competo) a los creadores. No me perece un mal planteamiento.

También resulta perjudicial para la ansiada profesionalización de los artistas enviarles a un escenario generalizado de Copy Left, pues ningún creador podría entonces aspirar a vivir de lo que produce o crea. Precisamente, el amateurismo actual de la Red es lo que espanta a la mayoría de los artistas de estos escenarios, por otra parte tan necesarios como inevitables, lo que está produciendo un retraso importante en su maduración como sistema o plataforma-para-la.-creación artística.

Creo honestamente que si en estos momentos hay que luchar por algún ideal y que este combate no generase conflictos de intereses (los de los desarrolladores, los de las industrias productoras, los de los creadores y aplicadores, etc..), preferiría poner todos mis esfuerzos por ver los espacios públicos “regados” de Wi.Fis de libre acceso y financiados por los gobiernos (nacionales, regionales, locales…), de manera que el acceso a la información fuese un derecho universal –y no un lujo al alcance de no todos.

Todas las utopías tiene varias caras y no todas son buenas!

domingo, 13 de septiembre de 2009

Virginia Paniagua me hace, desde la distancia -física-, una aportación a la última entrada del Blog (13/09/09) que no puedo dejar de incluirla y comentarla para compartirla con todos vosotros:

"Es curioso, lo que me sugiere tu explicación del conocimiento disponible en la red es, más que una red, la primera imagen, un mar con muchas ideas flotando, imposible de cartografiar, porque son como restos de un naufragio, o semillas migratorias arrastradas por las corrientes, movidas por tormentas, o que permanecen visibles en una coordenada olvidada. Los enlaces se van ocultando con las nuevas aportaciones, a veces lo más prescindible desplaza a lo imprescindible... y así. Exactamente igual que lo que pasa en nuestra desordenada mente. Los recuerdos se solapan, los conocimientos se sustituyen, los comportamientos se contradicen, y acabamos teniendo que volver a conocernos a nosotros mismos."

Es cierto que para ser un superviviente del naufragio mental que suponer mantener un Blog, hay que ser nativo o convertirse a la cultura digital de la Web.2.0, algo, creerme, demasiado difícil para un nativo de la vieja cultura analógica.

Porque esa actitud intelectual de parir ideas-en-proceso, lleva indisolublemente aparejada la actitud sentimental interior de comprender que el Blog no es una tribuna, sino una semillero, donde las ideas se inoculan como trozos-mentales-balbuceantes, y su autoría se diluye entre la comunidad co-partícipe. Para mí, todo un descubrimiento-en-proceso.

Feliz descubrimiento que me lleva a recordar que, precisamente, esa es la actitud que debería implementarse en las aulas académicas de la Sociedad Digital del siglo XXI (...siempre llevando todos los asuntos a mi terreno, lo siento!!).

Pero... ¿cuántos de los que las regentamos estamos en condiciones o dispuestos a modificar esta anquilosada y retrograda mentalidad?

Mientras tanto, siempre nos quedará la Red.

Distribuir ideas es cosa seria.

Mi amigo José Luis Delgado Guitart, gran especialista en editorialismo digital ( ElAsunto.com/Editorial2.0 ), me comenta con gran acierto y sentido común al respecto del texto "Libros y Blogs; Frecuencia e [im]pertinencia" (12/09/09), que la frecuencia adecuada para publicar en el Blog no debe venir predeterminada de forma artificial, sino que "debe estar definida por los momentos en los que hay algo de interés para transmitir, ya que distribuir conocimiento o ideas es cosa seria”.

No sé por qué, las cosas obvias, las más evidentes, siempre son las que más guerra me dan en mis decisiones cotidianas. Había olvidado la importancia que realmente tiene trabajar con las ideas. Será tal vez porque en ese país el trabajo intelectual está tan poco reconocido y valorado. Es cierto que si este Blog pretende ser un semillero de ideas serio, consecuente y responsable, debe acontecer como reflejo de la pulsión de las ideas y de las forma particular como éstas nacen, crecen se reproducen y mueren. Generar debate intelectual es algo que hemos ido perdiendo gradualmente a lo largo de estas tres últimas décadas de bonanza social y económica. La ideas parece que floten en el ambiente, que sólo tenemos que asomarnos a la ventana del [no]espacio infinito de la Red y "cazarlas al vuelo". Que "están ahí". No importa su autoría, cómo son, de dónde vienen, en dónde las parió su autor. ¡Craso error! Como mi campo de trabajo es el ARTE, siempre comparo esta situación con la imagen de los artistas apropiándose del Cuadro Blanco de Malevich sólo por su apariencia, sin saber porqué lo pintó, en qué contexto fue presentado, quien era este tal Malevich. Así, éste cuadro nunca hubiera puesto el ladrillo fundamental de la escalera que construyeron los creadores de las vanguardias y que nos conduce directamente a la estancia superior donde se encuentra el Arte actual.

Construir un cuerpo de conocimientos supone entretejer con paciencia, sensibilidad, y gran esfuerzo y honestidad intelectual la firme tela de araña compuesta por los finos mimbres que son los hilos-ideas que vamos desgranado en nuestro combate diario con la vida. Tarea seria sin duda. Se pueden tener buenas ideas pero éstas no conforman per sé conocimiento, algo mucho más complejo que pertenece ya a la esfera del receptor y, por tanto, que ha sido puesto en el contexto apropiado donde será experimentado y contrastado por éste.

La Cultura Digital es un cuerpo de conocimientos sobre la manera de concebirnos a nosotros mismos y cuanto nos rodea a partir de la experiencia de las Nuevas Tecnologías actuales. Este cuerpo está soportado por ideas que aún están cociéndose a fuego lento. Distribuir estas ideas, en palabras de mi amigo José Luis Delgado, “es cosa seria”. Hagámoslo pues al ritmo del devenir de las propias ideas y, a ser posible, desde el compromiso, la honestidad intelectual, el placer y la pasión, algo que sin duda alguna nos facilita la Red. Por eso, con gran acierto, Delgado sigue aleccionándome: “Ahora se está rompiendo la cadena tradicional de valor, pasando de ser ‘cadena de valor’ a ‘red de valor’”.

¡Hermosa conclusión!

sábado, 12 de septiembre de 2009

Libros y Blogs. Frecuencia e [im]Pertinencia.

Cuando comencé la creación de este blog no me había planteado ningún tipo de frecuencia. La excitación por dotar de contenidos al mismo, ha hecho que durante sus primeras 3 semanas de vida haya podido construir y colocar un texto por día. Ayer, sin embargo, no encontré el momento de hacerlo, lo que rompió esa frecuencia diaria.

Desde esta sensible experiencia de ayer ando sumergido en la duda sobre cuál sería la periodicidad más aconsejable. Sobre cómo asumen las ausencias y los lapsos los seguidores del Blog. ¿Es perjudicial la discontinuidad para responder a las expectativas creadas? Preguntas que me ha llevado a una reflexión de mayor calado que considero sí puede tener un hueco en este espacio de crítica y análisis.

Se refiere, por un lado a la naturaleza del Blog digital como sistema que sustenta la generación de contenidos e ideas que aspiran a generar conocimiento entre sus lectores y, por el otro, a su análisis comparativo con los sistemas tradiciones de divulgación de las ideas, como los libros impresos, los artículos en revista de divulgación, etc.

Escribir un libro es una ardua tarea intelectual que, llevada hasta su culminación, abre un lento, farragoso y por regla general desagradable y duro camino hacia las editoriales y a su publicación material y efectiva. Aunque yo no puedo disimular mi satisfacción por haber escrito varios libros sobre tema especializados y que algunos de ellos agotaron sus ediciones (pero que nunca fueron re-editados por incompresibles políticas editoriales), en la actualidad soy autor de un “sesudo” “libro” que me ha llevado más de cinco años escribir. Con él pretendía configurar un conjunto de ideas y reflexiones sobre la Cultura Digital que no fueran temporales (como le ocurre al 99% de los libros que aparecen en el contexto de la investigación en este campo emergente). Este manuscrito (pues todavía no es otra cosa) lleva terminado más de catorce meses. Ha sido leído por varios editores, por algún especialistas en este campo. Está más de 6 meses en el cajón de recepciones de una convocatoria a un Premio de Ensayos sobre Arte Actual. Preocupado, lo leo cada pocos meses para ver si, efectivamente, sus contenidos resisten y siguen vigentes. Lo cierto es que, a parte de la mala opinión de los editores que han conocidos su contenidos, argumentando razones como que es demasiado especializado, que en nuestro país no hay editoriales en condiciones de publicarlo, que tal vez es de difícil lectura.., cuando he dejado que alguna persona conocida y apreciada de mi ámbito de trabajo le eche un vistazo, la respuesta ha sido tremendamente positiva.

Cansado de este calvario y convencido de que los contenidos de mi manuscrito no tienen fecha de caducidad, me relajé hace ya varios meses al respecto. Sin embargo, la difícil pero necesaria conexión intelectual con un hipotético foro de compañeros, alumnos, amigos y conocidos, me tenían intranquilo e insatisfecho, impulsándome a buscar forma de difusión e intercambio que pudieran “oficializar” estas ideas.

Mi aterrizaje como bloguero ha sido una grata sorpresa que me hace replantearme seriamente la pertinencia de los tradicionales sistema de difusión de las ideas. Publicar libros y revistas no produce un efecto tan retroalimentarlo, directo, instantáneo y, por tanto, eficaz como la fórmula del Blog on-line.

Desde que comencé hace tres semanas, ya he conseguido unos pocos seguidores directos y una cantidad enorme -tal vez en mayor número del que soy capaz de gestionar de forma personal- de lectores más o menos asiduos (es curioso observar cómo la mayoría de éstos prefiere comunicarse directamente conmigo, sin “descubrirse” públicamente en el propio blog, enviándome continuos emails en los que me hacen todo tipo de comentarios, críticas y sugerencias). Ya llevo entre manos dos proyectos de trabajo (telemático) con varios especialistas en campos muy diferentes al mío que, habiendo leído algunos de los textos del Blog, me propusieron de forma muy generosa colaboraciones para alcanzar metas potencialmente derivadas o sugeridas en aquéllos.

Confieso que, al comienzo, entremezclé algunos viejos textos –reconstruidos y actualizados para la ocasión- con otros escritos ex profeso. Los viejos textos incorporados al Blog desarrollaban ideas puntuales que, a pesar de su posible interés, no habían alcanzado el cuerpo suficiente para poder ser publicados por los métodos tradicionales. El Blog está dando de esta manera curso a todos ellos. Por su categoría o por su inmediatez, algunos de los textos que componen “este diario de a bordo” podrían ser mejorados, puliendo sus argumentaciones o limpiando su gramática y su semántica. Sin embargo, sus defectos o limitaciones son compensados por la inmediatez de su exposición y trasmisión, ya que además son pasto inmediato de los lectores comprometidos que, de forma crítica, los comentan, analizan, o mejoran, enviando “en tiempo real” sus sugerencias y aportaciones.

He procurado incorporar en los sucesivos textos todos esos comentarios, críticas y aportaciones, para convertir así el Blog –fruto de la colaboración colectiva- en un texto final de autoría compartida, que pierde el “peso” de los escritos en papel cuché de imprenta, pero que, sin embargo, no abandonan el rigor y la metodología, recuperando la frescura de las ideas-recién-paridas y la retroactividad perdida en los tradicionales sistemas de divulgación que, lamentablemente, por ahora, son los únicos “autorizados” oficialmente a construir el conocimiento.

Bienvenido el Blog!

jueves, 10 de septiembre de 2009

Espacio y Lugar. Una explicación previa

Creo que debo a mis lectores una explicación.

Estos días pasados he introducido textos que hablan sobre la Red Internet, diferenciando tácitamente entre lugar, no-lugar, espacio y [no]espacio. Sin pensar que, lo que para mí son términos “destilados” que he ido puliendo con la experiencia y el trabajo de campo y que incluso a mí me resulta difícil ser consecuente con su empleo, para la ran mayoría puede resultar una barrera lingüística de difícil superación. Sencillamente porque no me he preocupado de ofrecer los códigos y claves para su uso diferenciado.

Esta es la tarea que me trae hoy al Blog. Pido por tanto disculpas por los problemas y las dificultades que mi descuido irresponsable haya podido ocasionar y trataré de paliarlos en la medida de lo posible en el presente texto.

Allí donde ocurren cosas, donde las personas viven,

en el sentido más amplio de la palabra,

es donde probablemente un espacio olvida sus sosa y fría existencia

y se reconforta de la experiencia del lugar.

Siguiendo esta lógica, lo que se conoce como espacio público

es sin duda un lugar sin el cual la ciudad, o cualquier pretensión de comunidad,

no tiene sentido.

Cira Pérez Barés. [1]


De manera general, Espacio y Lugar son dos términos a cuya distinción le habíamos prestado muy poca atención. Hasta que hemos construido el ciberespacio; esa especie de porción de realidad virtualizada en cuyos comienzos todo parecía estar delimitado, acotado, mensurado y definido, pero que, sin embargo -transcurrida apenas una década y media-, se nos ha desbordado, haciéndose inasible e inmensurable y convirtiéndose, no sólo en el espacio electrónico de nuestra comunicación contemporánea, sino en cuerpo tangible capaz de contener todo el conocimiento que nuestra vasta información contemporánea ha generado.

Ahora que comenzamos a utilizarlo, nos hemos percatado de la sutil pero fundamental diferencia existente entre Espacio y Lugar. Gracias a estudios imprescindibles como los de Verónica Zidarich [2], comprendemos y asumimos que el Espacio puede ser entendido como una porción de la tierra que es salvaje, extensa, desconocida, extraña y peligrosa, y que no ha sido transformada por la intervención humana, siendo el espacio construido una transformación de espacio “puro” o del entorno salvaje externo en una forma que satisfaga las necesidades humanas. El Espacio tiene características pero nunca carácter. El Espacio es claramente uno de los componentes principales de la arquitectura, y ha sido definido por Gnemmi como un ‘residuo vacío’, encerrado dentro de límites que le dan una función. Este espacio es entendido como ‘limitado, finito, conformado, clasificado y contenedor’. No es sólo funcional sino también expresivo. [...] Grande o pequeño, el espacio es percibido como limitado. El sentido y la percepción del espacio arquitectónico, desarrollado desde el primer intento por definirlo en el pensamiento Helenístico, cuando fue entendido como un contenedor, hasta el moderno espacio donde, con la contribución de Einstein, se convierte en relativo.” [3]

Mientras que la idea de Lugar se refiere a algo más que “simples localizaciones relativas donde ocurren ciertas interacciones y son servidas funciones específicas. Los Lugares son de este modo centros de acción y de interacción. [...] La noción de Lugar va más allá de la materia física, y transciende las cualidades tangibles, físicas y materiales, tales como tamaño, proporciones y rasgos. Los Lugares poseen cualidades intangibles, que están basadas únicamente en las impresiones proporcionadas por las experiencias.” [4]

Por tanto, debemos comprender y asimilar que Espacio y Lugar no son una misma cosa. “Se suele asumir de manera general que Lugar es una parte más pequeña de Espacio. Esto es sólo parcialmente correcto, porque las diferencias entre Espacio y Lugar van más allá de los atributos físicos tales como tamaño o localización. [...] El proceso de transformación de “Espacio” por el de “Lugar” involucra experiencias emocionales. […] A través del tiempo y de la intervención humana, un espacio ’puro’ se convierte en un lugar lleno de significación y de intencionalidad. En cierto sentido, el Lugar puede ser entendido como una parte más pequeña del Espacio transformado por la intervención humana, con un significado particular. Los Lugares son de este modo centros de acción y de interacción. […]Mientras el espacio y sus particularidades son entidades divisibles e independientes, el lugar y sus particularidades no pueden ser divididas y distinguibles porque el Lugar no existe sin la intervención humana.” [5]

En este sentido, resulta particularmente interesante el concepto del que nos provee la cultura oriental con su idea del espacio-tiempo MA [6], que tanta influencia ha tenido, no sólo en las artes –véase p.e. el jardín zen-, sino en la toda la filosofía japonesa, que ahora suministra a esta nueva cultura electrónica planetaria en ciernes -fundada por la cultura anglosajona- brillantes genios creadores (de origen oriental) capaces de fundamentar conceptualmente su trabajo creativo en el espacio electrónico de la comunicación, y que tanto cuesta de entender –y por lo tanto de usar- al anglosajón –y occidental en general- debido a esta diferencia cultural en la significación y concepción entre el Espacio y el Lugar.

Espero haberme explicado. Confío que ahora se me pueda comprender y seguir en mis razonamientos, lo que obviamente no lleva implícita la aceptación de los mismos por parte del lector.



[1] PÉREZ BARÉS, Cira, Culturas, # 217, La Vanguardia, Barcelona, 2006. p. 16.

[2] ZYDARICH, Verónica: “Virtual Worlds as an Architectural Space: An Exploration”. La Fondation Daniel Langlois. Canadá. 2002. Hipertexto en la Red Internet. http://www.fondation-langlois.org/zidarich/index.html

[3] Íbidem, p.s/n.

[4] Íbidem, p.s/n.

[5] Íbidem, p.s/n.

[6] MA es un ideograma de un solo carácter kanji que definía originariamente el espacio arquitectónico de transición entre las estancias interiores y el jardín central en la casa japonesa tradicional. Una especie de corredor abierto con techumbre que permitía crear una cierta independencia entre cada uno de estos espacios, estableciéndola la vez una especie de “cámara o túnel de transición” entre dos espacios de naturalezas completamente distintas. Esta es la razón por la que para los japoneses (y los pertenecientes a las culturas orientales en general) la idea de “espacio” se aleja tanto en su concepción de la tradicional “caja escénica” italiana y así como de la influencia del pensamiento germánico, que pusieron las bases del actual concepto occidental (que es parametralmente limitado, persistente y “vacío estable dispuesto para ser llenado”. Concepción que impide la idea correcta (en términos de definición y usabilidad) de fenómenos físicos fundamentales en la sociedad actual como serían la electricidad o el que nos ocupa ahora, el Espacio Electrónico de la Información y la Comunicación (con la Red Internet como principal representante). Sin embargo, para el oriental, desde la idea del MA japonés, el espacio es más bien un Lugar que ya posee pulsión y tensión en su interior, que quedarán automáticamente modificados en cuanto acontezca la presencia humana (de ahí el rito diario del rastrillar la fina arena alrededor de la pequeña piedra, únicos elementos componentes del jardín zen japonés.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

El MA psicotecnológico del espacio eléctrico de la Red

El Ma una palabra-idea de la cultura japonesa (representada por un sólo ideograma) que nos define el espacio, o espacio-tiempo como un fluido continuo y vivo que constituye una compleja red de relaciones entre las personas y los objetos.

El origen filológico del MA parece ser que se encuentra en la descripción del espacio arquitectónico alargado que, a modo de galería-corredor, comunica las estancias interiores (los dormitorios) con el jardín zen de la casa tradicional japonesa.

El sociólogo canadiense Derrick de Kerckhove[1], en su fundamental trabajo La piel de la cultura [2], nos propone una traslación del significado tradicional japonés del espacio físico MA al espacio electrónico de la Red. De Kerckhove nos insinúa la posibilidad de un MA psicotecnológico: “un mundo de intervalos electrónicos en constante actividad y reverberación”.

Esta sutil idea de trasvase lingüístico, tan influyente en los actuales acercamientos intelectivo-sensitivos al [no]espacio que es la la Red, nos ejemplifica cómo sólo mediante una palabra (o palabra-idea), a través de una sofisticada operación lingüística (filológico-idiomática), es capaz de proveernos de una concepción –tan lúcida como necesaria- acerca del operar –y, por tanto, de comprender por completo (si esto es posible)-, ese espacio electrónico, en cuyo útero virtual se encuentra depositado en la actualidad todo el conocimiento humano. Internet está construido sobre un sistema tecnológico que opera desde la perspectiva de una cultura hegemónica (la anglosajona), a través de la cual, ha podido –momentáneamente, inicialmente- conservar y ampliar su ventaja socio-económica sobre la demás. Pero, -y tal vez como ya les ocurriera a los romanos con el desarrollo de la tecnología agrícola, cuya posterior comprensión, desarrollo y puesta en funcionamiento se hizo gracias a la actuación de los pueblos bárbaros del norte-, sólo la utilización en plenitud por parte de otras culturas (de otros pueblos bárbaros contemporáneos), a través de su distancia cultural –esto es, estando mejor armados lingüísticamente, para entender y, por tanto, para operar en el espacio electrónico-, pueda encauzar y desarrollar todo el potencial de estos nuevos sistemas, que son la base de toda una nueva cultura –por ahora todavía emergente.

Internet, por otra parte, ha demostrado ser un [no]espacio capaz de albergar ¿organizadamente? todos los paquetes-bit (células virtuales) de conocimiento del individuo contemporáneo. Pero, albergar ¿dónde? ¿Cómo es formalmente la arquitectura de un lugar [no]espacial ¿Podemos cartografiar la topografía de este lugar tan extenso? Realmente debemos hacerlo si queremos sobrevivir; extendiendo este término hasta su significación como “ vivir en armonía" con el medio que nos rodea y con nosotros mismos. Al igual que los hombres humanistas del pre-Renacimiento se pelearon con las leyes de un incipiente sistema perspectivo que iba a ser capaz de cartografiar el territorio de un mundo continuo y a escala humana aún por explorar, el ciberindividuo de principios del siglo XXI ha comenzado un necesario tour de force con la geometría dimensionalmente virtual sobre la que representará el espacio electrónico de la información y las comunicación.


[1] Derrick De Kerckhove es director del Instituto Mac Luchan de Vancouver, Canadá.

[2] DE KERCKHOVE, Derrick: La piel de la cultura. Investigando la nueva realidad electrónica. Ed. Gedisa. Barcelona 1999. pp.193-195.