miércoles, 17 de noviembre de 2010

Casados por el Facebook

Me pasó a mi. Fue hace tres semanas. Hacía mucho que no abría el Facebook. Al hacerlo tropecé de sopetón con mi perfil. Estado: “En una relación”. ¡Qué coño! Yo no estoy en ninguna relación. Yo vivo con Virginia. Es más: hace unos días fuimos al Registro de Parejas de Hecho de la Generalitat Valenciana y nos dieron hora para la realización del acto de solicitud de inscripción. Me pareció algo mucho más serio de lo que había imaginado: “Deben ustedes de traer cada uno a un testigo, mayor de edad. Pueden especificar las condiciones contractuales de su unión, etc.” Así que me pareció lógico y de justicia (si es que uno desea ser sincero en el Facebook -en estos pequeños detalles se delata quién no es un nativo digital), cambiar mi “Estado”. Pero sólo encontré 2 opciones más:” Soltero” o “Casado”. Pues “Casado”. Era la opción más cercana; ¿acaso no estoy compartiendo con Vir los gastos del alquiler de la casa en la que vivimos ? ¿Acaso no nos acabamos de abrir una cuenta bancaria común? Estas son las cosas que realmente lo ligan a uno con el ser querido, ni los hijos ni el rollito del cura en la ceremonia religiosa, estas son las decisiones verdaderamente trascendentales en tu vida cotidiana. Así que, después de meditarlo durante unos segundos, pinché la opción “Casado”.

Diez minutos más tarde, una avalancha de felicitaciones inundaba mi muro. La mayoría de mis amigos íntimos y mis familiares cabreados por no haber sido invitados a la boda. Los amigos menos cercanos gratamente sorprendidos por confirmar desde la distancia que volvía a ser un tipo que se toma las cosas de la vida en serio. Los simplemente conocidos y cuya relación se da básicamente a través del Facebook, obligados a felicitarme por habérseles revelado un acto tan trascendente. Madre mía, la que se había liado… Y lo mejor del tema era que a Vir le pasó lo mismo. Juro que yo no puse con quien estaba “casado”. Daba igual: Facebook ya lo sabía. No había tenido ninguna duda para asignarme a mi “esposa”. Y acertaba claro. Pero, caray, qué manera de modificar un detalle de mi perfil: Cuando entré de nuevo en mi perfil comprendí el porqué de tanto alboroto. Instantes después de haber activado la opción" Casado", una frase compuesta con caracteres de un tamaño enorme había sido redactada de forma automática por la infernal máquina programadora del Facebook y ésta encabezaba mi muro: " José Ramón Alcalá se ha casado con Virpaniagua".

Abrumados, no podíamos desmentirlo. No era incierto. Tras el sofoco y las reprimendas, llegó un poco de distancia física y mental, y con ella, la ironía fruto del razonamiento: Efectivamente, tal y como Vir apuntaba: nos acabábamos de casar por el Facebook. Tal vez, ésta haya sido la primera boda que se realiza ante la certificación social oficial de una Red Social. Pues celebrémoslo entonces. ¡Qué vivan los novios!

viernes, 5 de noviembre de 2010

Buscando los retos del artista actual

Durante mi estancia este mes pasado en la Universidad de Chile, dediqué buena parte de mis paseos por su precioso campus de Santiago a reflexionar sobre las problemáticas y retos que tenía ante sí el artista actual. Pensé que éstos se concentran principalmente en desmantelar el cinismo de Warhol, devolver la fe en la pintura que perdieron Rothko y Pollock, recuperar la constancia y el trabajo duro y comprometido que condujo a Duchamp a la dejación y la vagancia creativa. Devolver la transparencia y la comunicabilidad que opacó Beuys. Volver a tener fe en el artista como un ser fundamental e insustituible para el reto de la construcción de un nuevo mundo, de una sociedad que reclama imaginarios que le ayuden a “dar forma” al mundo incomprensible que habita. Debemos bajar al artista del Olimpo de los dioses, del star-system y del mercado de valores. Animarle a adquirir conciencia de la necesidad de forjarse una cultura de lo Educarlo para que trabaje interdisciplinarmente, elevando su capacidad intelectual sin que por ella deba perder su instinto especial, su superdotada sensibilidad. Debe de soñar como el más delirante soñador y saber después representar sus sueños a través del ejercicio poiético del desvelar, del desocultar heideggeriano.

Talento, inspiración, sensibilidad, pasión, libertad… Sí, pero también experiencia, compromiso ético, capacidad autocrítica, método.

En las relaciones entre arte / ciencia / tecnología / y sociedad, que dibujan la armónicamente perfecta cuadratura de la circularidad a la que aspiran, deberíamos repartir con precisión el papel que cada una de ellas debe asumir en este complejo entramado interdisciplinar. Así, el arte no debe someterse a la hegemonía tiranizante de los principios científicos, sino ofrecer alternativas, tal y como lo hace el chamán o el profeta. Mientras la Ciencia no alcance a encontrar y formular su teoría unificada, podemos aseverar que existe un campo alternativo para la especulación y, por tanto, para las prácticas artísticas como oferentes de una versión para la comprensión de nuestra realidad circundante.

Todo ello si estamos ante el artista que trata de ponerse serio y grave, que también. Porque lo extraordinario del arte es que no siempre debe ponerse serio. También sirve éste para los pequeños momentos íntimos, vacíos de pretenciosidad, y también para aquellos lúdicos que se acomodan en el sarcasmo, en la ironía, en lo incorrecto, o en lo salvaje. A veces es puramente epidérmico. Todo eso también nos vale, si es realizado desde la honestidad, si no trata de ser aprovechado o inmoral (anti-ético).

Pero el arte de nuestro pretendido artista no puede evitar ser especulativo y vivir permanentemente instalado en la incertidumbre y en el riesgo. Ni puede evitar confrontarse con el pasado si desea instalarse en el futuro.

Sé que no he sido nada original con estas aseveraciones personales. Seguro que toso esto os suena y que esos mismos renglones torcidos los encontraremos también en los libros desde la Grecia Clásica y en todas las épocas de nuestra Historia del Arte, hasta el mismísimo romanticismo. Tan sólo pretendía rememorarlos y ponerlos al día, volver a darles la vigencia que reclama el momento actual, porque parece ser que andamos algo despistados, como si hubiésemos olvidado sus contenidos.

Confieso que no me interesa un arte sofisticadamente tecnológico, deslumbrante hasta alcanzar el puro poder de la magia, pero que sin embargo se ha olvidado de alcanzar el último escalón, el peldaño más difícil y definitorio de la práctica artística; aquél que lo convierte en un sistema simbólico que lo alejará definitivamente del efectismo y le proporcionará poderosas herramientas como estrategias para poder sumergirnos en el pensamiento suculento. Aquel arte efectista que utiliza la tecnología para sorprendernos tiene como destino natural y fatal el museo de las ciencias. Y ha de saberse tan efímero como el breve lapso que circula de un truco a otro de superior rango. Un “The Legible City” que no hubiese sustituido la morfología de los edificios de Manhattan o de Ámsterdam por cada una de las letras de sus literaturas específicas permanecería hoy -15 años después de su creación- arrinconado en el desván de algún museo de ciencias o de tecnologías acumulando el polvo de su falsa pretenciosidad. Sin embargo, un Jeffrey Shaw suculento, intelectual y sobre todo artista, condujo a su The Legible City hacia la metáfora de la experiencia del navegar entre el dentro y el afuera, lo que le hace latir cada día con más fuerza y precisión expresándose ante sus espectadores/usuarios con mayor claridad y suculencia, manteniéndose cada día más joven, más expresivo.