viernes, 4 de septiembre de 2009

El Espacio

A lo largo de mi vida he experimentado y recorrido, con fascinación y devoción, los diferentes espacios que físicos, filósofos y toda suerte de científicos nos han ido proporcionando, a través de sus cálculos, de sus observaciones, de sus intuiciones.

El mundo, o mejor decir, la geometría espacio-temporal que ha habitado cada una de las civilizaciones que han poblado el planeta Tierra, pero también, el mundo individual que habitamos en cada momento de nuestro existencia, no es sino la suma de certidumbres que han conseguido instalarse reposadamente en nuestro nervioso intelecto. Magia, religión, ciencia, tecnologías han proporcionado las herramientas especulativas capaces de consolidar dichas certidumbres a lo largo de la historia de la Humanidad.

Es cierto que E = mc2, F, o p, nos han descrito toda una suerte de espacios habitables donde hemos podido desarrollarnos en la plenitud de una determinada cultura que nos ha hecho reconocernos como seres plenos y armónicamente relacionados con nuestro entorno. Así, a lo largo de la historia hemos podido ser seres luminosos, áureos, eléctricos, o virtuales, en la medida que habitábamos un espacio de luz, de proporciones, de proyecciones, electromecánico o electrónico. Hemos reposado en espacios tangibles e intangibles, en espacios impuestos, por la fe, o por consenso.

Pero resulta evidente que hace ya muchos siglos que el espacio que nos ha dado la tranquilidad del ser-y-estar-en-el-mundo ha sido aquel que diseñaron mediante la matemática y el álgebra –y todas sus ecuaciones- los científicos, con los físicos a su vanguardia.

Tal vez por ello, y a buen seguro que no seré ninguna excepción, al pensar en el espacio y todas sus problemáticas actuales me he visto obligado a certificar que aquel que me ha proporcionado cobijo y justificado todas mis proposiciones humanas e intelectuales no ha sido otro que el que, de forma evolutiva y algo cambiante, me han proporcionado los físicos y todas sus certidumbres cientifistas.

Sin embargo, tras años de pacientes estudios por aquellos territorios de la ciencia para los que realmente no nací (o al menos no me eduqué), he podido concluir que, en la actualidad, toda proposición científica nace de la intuición y se nutre de la creatividad. Está, por tanto, trabajando con los mismos materiales que los han hecho, de forma paralela durante siglos, los artistas y los creadores. Una fórmula matemática no deja de ser sino un sistema envolvente y por lo tanto cerrado. Todo tiene sentido en tanto en cuanto pertenece al sistema, pero deja de tenerlo inevitablemente en cuanto funciona fuera de él, e, incluso me atrevería a decir que en sus mismas periferias. Esta es la razón por la que, a lo largo de la historia moderna de la humanidad, hemos podido cambiar con relativa facilidad de paradigma científico. Es sorprende descubrir cómo, incluso las leyes newtonianas de la Mecánica Clásica –que durante más de tres siglos nos han proporcionado algunos de los ladrillos para la construcción de nuestro espacio y de todas nuestras geometrías-, han sido superadas en la actualidad por el sacrosanto ritual del acto de investidura científica, por la teoría de la mecánica cuántica de los Heinselberg, Einstein, Plank y Cía. Así, o aceptamos la teoría de la ciencia como entorno autoconstatado y autorreferido o, por el contrario, debemos suponer que, dado los materiales con los que ésta han sido moldeada, estamos asistiendo al acto de sustitución de un estilo creativo –el del artista Newton- por otro –el de los artistas del mundo subatómico-.

Nada me produce mayor placer que el de certificar el rango creativo de la ciencia. Simplemente porque, por una parte, recupera la continuidad de la Historia del saber de nuestra humanidad al superar la tradicional separación entre época premoderna y época moderna. Lo que sólo puede ser justificado en la medida en que equiparemos como proveedores de conocimiento a la magia, la religión, las artes y las ciencias (y todas sus tecnologías).

Si repensamos la Historia desde este nuevo enfoque –indudablemente, de mucha mayor modernidad-, observaremos que el Espacio lleno de limitadas certidumbres que logró construirse el hombre neolítico a través de la pintura mágicamente rocosa de sus cavernas constituía un ecosistema de gran solvencia. Ni más ni menos, que aquella que le consiguió proporcionar supervivencia y continuidad. Como en la actualidad.

¿Resulta acaso menos maduro, tangible, autónomo y, por lo tanto, coherente, el espacio místico que soportó toda la pervivencia física, intelectual, moral y creativa del hombre a lo largo de los mil años de Edad Media?

La Antigüedad Clásica también nos proporciona un Espacio pleno y autosuficiente a través del mito como metáfora de lo fenomenológico, que no sólo les provee de supervivencia y continuidad, sino que instala por primera vez un programa paralelo de autorreflexión a través de la tecnología de la Literatura, que constituye el embrión del Espacio moderno como entidad dependiente del pensamiento cultural. La intuición y creatividad del escritor y del filósofo helenístico es de tal calibre científico que todavía hoy achacamos a Platón y a Aristóteles un acientifismo que borra la “correcta” senda del pensamiento sobre la estructura íntima de la materia iniciada y apuntada por Ptolomeo y que recuperaran los físicos biomoleculares del siglo XX.

Yo creo honestamente que los desplazamientos por el espacio que realizaron los helenistas a través de la literatura y de la filosofía (que podríamos acuñar como mental) no es menos real –material- que el que hacemos hoy en día mediante los aviones o los automóviles, como lo es igualmente el que acometemos electrónicamente a través de la red Internet. La realidad de nuestro entorno lo es en la medida que satisface nuestras expectativas. Si el espacio se mide (se percibe, se cuantifica) –antropológicamente- por el sentido de la movilidad, que es capaz de interactuar con su usuario, entonces, el espacio como Ma psicotecnológico de la Red, o el que reposa en la filosofía helenística pueden ser considerados tan habitables (reales) como aquel que proporciona segmentos de distancia mensurable entre el punto de inicio y el punto de destino de un transeúnte que lo recorre a lomos de un caballo, un automóvil o un avión.

Si he de apoyarme en mi experiencia personal, debo constatar que no he conocido un espacio más elástico que aquel que dibuja la esfera geometral cuya distancia de 192 kilómetros media entre la ciudad mediterránea de Valencia y la pequeña ciudad castellana de Cuenca. Qué abismal distancia separa la descripción del espacio que puedo hacer personalmente cuando constato los datos que me proporciona el recorrido entre estas dos ciudades, realizado en apenas noventa y cinco minutos, lanzado a 180 Km. por hora en mi potente Opel (configurado aquí como una sucesión de planos abstractos de una aérea bidimensionalidad, reforzada por la economía de colores –básicamente ocres y tierras, verdes oscuros y azules grisáceos-), con la descripción realizada por mi amigo, el artista y diseñador catalán Oscar Font, al llegar a Cuenca, después de haber confirmado su partida desde Valencia, ocho horas antes. La suya, en nada coincide con la que yo he realizado anteriormente. Su experiencia del idéntico trayecto, “lanzado” a una velocidad que entremezcla el caminar pausado y minuciosamente observante por el interior de sus bosques y senderos desde la limitada velocidad de su viejo Lada, nos proporciona la descripción de un espacio-tiempo que se llena de pequeños insectos y amplias variedades de pájaros de innumerables colores chillones; de una topografía gruesamente tridimensionalizada por sus montículos, las cavidades profundas de sus madrigueras y la lívida descomposición de la luz de los rayos de sol matizando sutilmente la atmósfera aterciopelada del interior del bosque. Tal vez, el espacio acotado que se autolimita entre estos dos puntos geográficos recorribles puedan ser cubicados dentro de una misma porción topográfica, pero en nada se asemejan como espacios-tiempo a través de estas experiencias humanas tan contrapuestas, que son la que, al fin y a la postre, certifican su existencia.

Así mismo, y de manera harto repetida, me he venido refiriendo a la experiencia sensible vivida a mi regreso de Japón, en 1992, cuando mi amigo Maruhiro me proporcionaba cada día –a través de la tosca red de entonces- los amaneceres del sol que emergían en el horizonte de su casa-estudio de la Bahía de Yokohama, y que eran grabadas en tiempo real a través de la tecnología vídeo, para que pudiera disfrutarlo en mi estudio de la Bahía de Valencia, doce horas antes que el resto de mis vecinos españoles, y así mantener el rito de la eterna amistad a través de acto de compartir todas las experiencias sensibles. Si suele referirme a esta extraordinaria experiencia es porque considero que esta apuesta por crear una mise a nu mensurable y cuantificable en torno al tipo de nuevas percepciones que nos proporciona la experiencia sensorial del actual espacio electrónico de la comunicación, constituye, al fin y al cabo, una potente metáfora sobre la multidimensionalidad del espacio total de nuestro globo terráqueo. Una metáfora que nos permitía a mi amigo japonés y a mi consolidar –esto es, hacernos confiar, estar cómodamente instalados- en la nueva e inédita transparencia del mundo en la época de la cultura líquida de Bauman.

Afortunadamente para los que no pertenecemos por derecho propio a la cultura digital y no somos nativos de la ella, sino que transitamos desde la tradicional cultura analógica, habitar estos espacios virtuales multidimensionales y telemáticos no ha sido un acto inmediato, sino que hemos podido evolucionar desde –y a través de- las propuestas sensitivo-intelectivas de los movimientos vanguardistas del siglo 20. Así, recorrer el dramático espacio de tortura y opresión que nos propone el Guernica de Picasso, con sus deconstrucciones, elipsis y fragmentaciones arquitecturales, al margen de que representa una de las más lúcidas apuestas por perimetrar y representar la topografía del espacio de la sociedad postindustrial de finales del siglo pasado, nos ayudó sin duda a entrenarnos como usuarios de estos nuevos “espacios”.

2 comentarios:

  1. Jose, permíteme hacer una aportación respecto a la información científica que das. Sólo un pequeño apunte para no perder exactitud.

    La teoría de la Gravitación Universal de Newton no ha sido sustituida. Sigue siendo igual de válida que el día en que se descubrió.

    Quizá te referías a la Mecánica Clásica (la de las famosas leyes de Newton). Es la que rige el comportamiento de los cuerpos en el mundo macroscópico (nuestro mundo cotidiano), pero no se cumple a niveles atómicos. Y, por ello, La Mecánica Cuántica ha venido a "completar" la Mecánica Clásica en cuanto que describe las interacciones entre las partículas a esos niveles.

    Un abrazo y sigue dándole al blog, ¡que das mucho que pensar!

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  2. Guau, gracias... tienes toda la razón... Menos mal que estás tú ahí para vigilar mis deslices. Un placer!!

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