domingo, 27 de septiembre de 2009

El peligro de pensar en voz alta. A propósito del CAT de Zaragoza.

El mayor peligro que le veo a un Blog es que invita a pensar en voz alta, sin darte cuenta de que el eco de tus pensamientos traspasa el umbral de lo privado para convertirse en público y notorio, sin limitaciones espaciales. Y ése es sin duda mi mayor enemigo. Lo ha sido siempre, pues a mi natural tendencia a ser francotirador se une mi falta de prudencia y lo poco que me han importado siempre los daños colaterales que mi librepensamiento -bien o mal entendido, según ocasiones- causa en los demás.

Tenía al respecto la confianza de que la madurez (y en el peor de los casos, la vejez) corrigieran en mí este tremendo defecto. Veo que tendré que esperar a la segunda oportunidad, pues la primera la veo irremediablemente perdida.

Venía esto a colación de una serie de pensamientos que me han acuciado durante todo el fin de semana, desde mi regreso de Zaragoza, donde fui invitado por el Ayuntamiento de la capital aragonesa a dirigir una Mesa Técnica de reflexión y debate en torno al nuevo y flamante proyecto del CAT (Centro de Arte y Tecnologías) que su alcalde presentó, en olor de multitudes, el miércoles pasado. Debo decir de antemano y para que no se me malinterprete cuando exponga públicamente los pensamientos que pululan mi cabeza al respecto, que la concepción de este proyecto y la actitud política que lo ha impulsado son a mi modo de ver ejemplares. Sí, extrañamente ejemplares, dado lo poco frecuente que supone estas buenas prácticas en nuestro país. Y yo tengo buenas vibraciones al respecto. Mi instinto y mi experiencia en estos casos me susurran ahora al oído –bajito y de forma tímida- que éste sí que va a salir bien, por primera vez en nuestro país.. y ya van unos cuantos intentos caramba!!

Debatiendo en público con mis compañeros de Mesa [1] –ante un auditorio repleto, con más de 450 personas y toda la plana mayor de la política aragonesa en las primeras filas y sin perder detalle- las características, los retos y los peligros de crear una entidad tan abstracta como es sin duda un Centro de Arte y Tecnologías, la cosa no pudo resultar más interesante. Que si se debe convertir en un catalizador social que encauce el deseo. Que si debe ser foro de encuentro y provocador de sinergias entre los fondos e infraestructuras públicas, las aspiraciones empresariales y los jóvenes talentos. Que si debe ser una escuela permanente de sueños arriesgados para los empresarios emprendedores, que si debe localizar la creatividad local para fundirla con la exterior. Que si debe proveer –desde la institución pública- de una personalidad jurídica que permita el acceso a los fondos y dotaciones para investigación. Que si su arquitectura debe evitar el peligro de la brillantez cegadora del gran proyecto constructivo para ser fundamentalmente eficaz, capaz de ofrecer un espacio discreto, adaptativo y modular que acoja la neutralidad del programa inicial que busca satisfacer la máxima de que la innovación es eso que no podemos definir previamente ni acometer desde metodologías y objetivos preestablecidos por cuanto nadie pone en cuestión que inventiva es aquello impredecible que está donde menos se la espera.

En definitiva, bonitos deseos que no forman sin embargo cuerpo alguno. Entelequias indemostrables que no conforman por sí mismas cuerpo ni substancia alguno.

Así, de esta manera, regado de dudas regresaba yo de tan celebrado evento, preguntándome abstracciones tales como ¿qué forma debe adoptar un CAT? ¿qué programa debe ponerlo en funcionamiento? ¿qué cualidades debería tener el equipo encargado? Creo sinceramente que nadie a fecha de hoy tiene respuestas para estas sesudas preguntas. Lo más aproximado es lo que habita como cuerpo experiencial en las privilegiadas mentes de esa reducidísima nómina de genios creativos que un día se dejaron guiar por sus intuiciones para crear esos poquísimos espacios existentes en la esfera internacional que pueden ser considerado modelos del CAT actual y que, incluso éstos, sólo nos servirían de precedentes que habría que adaptar a los nuevos paradigmas socio-económico-culturales devenidos de la reciente crisis mundial.

Nadie sabe por tanto cómo debe ser ni cómo se debe afrontar un programa que le dé contenido y que, siguiendo una hoja de ruta, permita alcanzar lo indefinible y que, sin embargo sí que se sabe con certeza y precisión qué debe producir.

Ojalá que el encargo de poner en marcha este anhelado y necesario CAT de Zaragoza –titánica e imaginativa tarea soportada por el riesgo como paradigma- recaiga sobre un equipo de profesionales de inteligencia contrastada, capaces de aplicar como programa de trabajo el sentido común y no una brillante trayectoria jalonada de incontestables certezas teórico-crítico-curatoriales.

La vida que pueda producirse dentro de este CAT –ésa que jalonada de sinergias, encuentros y descubrimientos conforme el necesario patrimonio de las ideas-, se insuflará a partir del tejido de una innovación que permita entrever –aunque sea a base de delicadas puntadas discontinuas- cómo es el futuro al que aspiramos, y qué papel tendremos que adoptar en él. Esa vida es y debe ser la razón de todos los esfuerzos encaminados a su construcción efectiva. Tan necesaria para nuestra supervivencia como el aire que respiramos, pues no olvidemos que innovar no es sino dar curso a la necesidad que como especie tenemos de cumplir el programa de la adaptación, que tanto urge en momentos históricos como el actual en el que nuestra biología vive en crisis ante la magnitud del cambio ambiental que nos rodea. En palabras de Jorge Wagensberg, uno de los científicos más lúcidos y creativos que viven y trabajan en nuestro país: “La solución no trivial para seguir vivo, cuando la incertidumbre aprieta, combina dos estrategias: la de mejorar la anticipación y la de mejorar la acción (Independencia activa)” [2]

Sólo con proyectos tan ambiciosos, abstractos, arriesgados e indefinidos como éste podremos afrontar el grueso de alguno de estos retos pendientes.



[1] Roberto Gómez de la Iglesia (director del proyecto Disonancias de Donostia), Pedro Soler (director de Hangar en Barcelona) y David Cuartielles (Arduino, Zaragoza).

[2] WAGENSBERG, Jorge: Si la Naturaleza es la Respuesta, ¿cuál es la pregunta? Y otros quinientos pensamientos sobre la incertidumbre. Tusquets, Metatemas #75. Barcelona. 2002. [79] P.38.

2 comentarios:

  1. Yo estuve allí y me gustó lo que oí. Mucho. Realmente suena bien. Ojalá la realidad valide tan buenas ideas e intenciones.
    Felicidades por tu participación.

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  2. Loor de multitudes, se dice loor de multitudes...
    Aparte de lo anecdótico, el proyecto es ilusionante, de tan ambicioso, de tan abstracto. Todo un desafío el darle forma concreta... y esa ilusión será el combustible que alimente los motores que lo hagan funcionar.

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