miércoles, 23 de septiembre de 2009

Fotografía y mirada en la era digital

La fotografía ha hegemonizado el acceso a la imagen y a sus lenguajes de tal forma que hemos llegado a confundir fotografía con mirada.

Es por ello que, cuando hablamos hoy de fotografía, resulta tan difícil posicionarse, ya que el punto de partida, la actitud o los propios intereses marcan el discurso y la manera de concebir a ésta.

Esta reflexión me la hacía ayer cuando evaluaba, en la Facultad de Bellas Artes de Madrid, la magnífica Tesis Doctoral de Manuel Santos Alguacil en torno a la crisis de la fotografía documental.

Para mí, sospechoso de posicionarme en la orilla digital de las nuevas tecnologías, éstas son las principales responsables de haber alejado a la fotografía de la posibilidad de ser documental. Como muy bien nos demuestra Joan Fontcuberta a lo largo de todos sus proyectos artísticos durante los últimos veinte años, con la tecnología digital se pone en crisis la credibilidad de la fotografía como documento, siendo ya desde entonces sospechosa de no ser veraz. Sólo la credibilidad del fotógrafo garantizará a partir de entonces su posibilidad de ser documentalmente creíble. La verdad está pues en la confianza en el fotógrafo y en la certidumbre de “limpieza” del proceso de transmisión de la misma. Ganan aquí por goleada las transacciones de fotografías de baja calidad y resolución enviadas vis-a-vis a través de sistemas de trasmisión directos y “en tiempo real” (chats, mensajes multimedia, etc.).

Como argumenta el propio Santos en su Tesis, la fotografía documental, entendida dese una concepción tradicional, es hoy un fósil que se refugia en otras parcelas de la representación para sobrevivir, al haber perdido su función indicial (tal y como lo define Roland Barthes). Pero, afortunadamente estamos a salvo de esta tragedia comunicacional, al menos los que creemos firmemente que podemos seguir denominando fotografía a todo lo visual, incluso lo que no es de naturaleza óptica o retiniana. Aunque, para ser totalmente sincero, yo preferiría pasar a denominar a las imágenes visuales electrografías, un término mucho más abierto y capaz de asumir con rigor a todas las imágenes técnicas con las que podemos representar la realidad circundante. El problema es que sería acusado de interesado, y de “barrer para casa”, al dirigir el único museo en el mundo que se denomina de esta manera.

La cuestión, por tanto, exige además la difícil tarea de fijar los límites territoriales de la denominación “fotográfico”. Compleja tarea por cuanto en la actualidad, por ejemplo, observamos cómo la imagen de síntesis 3D busca un fotografismo que se gane en la retina de su observador el adjetivo de “óptico” pues está ya en condiciones de alcanzar una mayor calidad fotográfica que ésta misma. También es sabido que los datos extraídos de fuentes no ópticas (o retinianas) terminan por configurar una imagen de carácter naturalista, tal y como han sido interpretados (dibujados o pintados) por el científico o técnico que las ha extraído de la fuente originaria, con un grado tal de forzamiento que, en palabras de Victoria Legido: “nos enfrentamos a una apariencia de la realidad separada ya de la imagen”. Y, por poner un último ejemplo significativo, el ruido de las imágenes digitales de baja calidad, tanto por su falta de resolución (Webcams de teléfonos móviles, ficheros de baja calidad, etc.), como por las interferencias asociadas a éstas durante su transmisión por los diferentes canales [1] , convierten a éstas en estándares visuales para los nativos digitales, quienes no reclaman a estas imágenes una mayor calidad, otorgándole a su limitada resolución y definición la categoría de “fotográficas”. Todos estos ejemplos son pruebas, indicios de que tal vez deberíamos proceder a realizar una revisión del concepto de “fotografía”, si es que queremos seguir denominando así –aunque sea por pura comodidad- a todas las imágenes técnicas que nos rodean.

Dibujada pues la nueva cartografía conceptual y funcional de la fotografía contemporánea (la de la era digital), no apta para puristas y sentimentales, comprendemos mejor porqué nos atrevemos a aseverar que fotografía y mirada andan confundidas en la visualidad contemporánea.



[1] En este caso, la acepción de ruido toma la definición acuñada por Abraham Moles.

2 comentarios:

  1. En las 3d no dejamos de buscar una forma de neo-hiperrealismo aplicado a la forma ya que sus proyecciones en 2d (imágenes) no dejan de ser eso, proyecciones, En las que el "artista" "elige" el mejor punto de vista.

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  2. Por eso, nosotros, en el lab del MIDECIANT acabamos de comprar un plotter 3D, no para hacer maquetas de diseño industrial o figuritas escultóricas, sino precisamente para investigar cómo ese 3D potencial del Espacio Informático Virtual se enfrenta al reto de la tridimensionalidad real. Para ello, tratamos de forzar a la máquina (en este caso el plotter 3D) a que resuelva las complejas relaciones entre las geometrías imposibles (siempre fáciles de resolver en su representación en el plano bidimensional -ahí tenemos las propuestas visuales de Escher-) para que matematice las posibles soluciones. Los resultado están ahora en pleno proyecto de investigación y desarrollo, pero está resultando una experiencia fascinante, al forzar los límites de la representación tradicional (al menos desde el Renacimiento).

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