Estoy convencido de que, después de leer las más de 30 entradas de mi Blog en estos tres meses de vida, al margen de considerarme la mayoría vosotros un hedonista extremadamente exhibicionista, os habréis preguntado más de una vez qué me lleva a mezclar compulsivamente placer con trabajo, sentimientos personales con reflexiones intelectuales, intimidad con esfera pública.
La respuesta no puede ser más simple: busco con ahínco ampliar, mediante el ejercicio del cultivo de la palabra, la limitada geografía de mi campo sensitivo. Creyente fiel como soy del pensamiento de Wittgenstein cuando afirma que “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”, vivo obsesionado por ampliar éstos día a día, tratando de alcanzar mayor libertad y mayor entendimiento, al ofrecerle a mi pensamiento mayor riqueza lingüística. Manejando más palabras llevo mi entendimiento a mayor profundidad. Matizando más mis pensamientos consigo darle mayor calado a mis sentimientos.
Conviene hablar sólo de lo que uno conoce. Admiro a los filósofos porque pueden pensar desde la abstracción. Yo no. Sólo consigo reflexionar de aquello que experimento en primera persona. Puede que mi imaginación sea así de limitada, pero al menos me provee de argumentos irrefutables en el debate y la discusión.
Entonces, si esto es así, me pregunto cada vez: ¿Sentimos más por pensar mejor? ¿Disfrutamos más por conocer en mayor profundidad?
No creo sinceramente que las respuestas sean obvias. Seguro que la cosa es de mayor enjundia y que cualquier respuesta estaría cargada de infinitos matices, pero, al menos, plantearlo nos remite a reflexiones suculentas. Siempre y cuando re-definamos previamente el concepto de intelectualidad. Pues si seguimos manejando éste como el que afecta a la fría y abstracta esfera del pensamiento, seguro que no nos entenderemos. Para mí, ser intelectual es estar comprometido éticamente con el pensamiento sobre cuanto nos rodea; Trabajar para poder dar respuestas a las incógnitas, pero también a las injusticias que observamos. Y hacerlo desde la honestidad y desde la coherencia con uno mismo. No podemos dejarnos el yo íntimo a las puertas del trabajo intelectual. El intelectual necesita la credibilidad que le otorgan los demás. No se puede clamar en el desierto, ni ser eremita, ni tampoco autista.
En nuestra sociedad súper-tecnificada, donde las máquinas y su “inteligencia artificial” nos ofrecen modos de conducta específicos y nos dan asépticas respuestas (preprogramadas, claro, no seamos ingenuos!), la figura del intelectual comprometido, coherente, librepensador y libreactuante, aparece como garante de la ética y la moral sobre las que descansamos nuestra confianza.
Las máquinas actuales basadas en la inteligencia artificial pueden dar respuestas complejas ante multitud de situaciones. Todo depende de cómo las hayamos educado. Sí, estamos educando generaciones de máquinas (ver, por ejemplo, el experimento pionero de los Know-bots en el ZKM, hace ahora unos 15 años), y nos va a llevar un tiempo similar al del proceso completo de educación y de autonomía funcional que empleamos con nuestros niños. Lo único que la máquina –de respuesta autónoma- no podrá hacer nunca sin embargo es actuar o tomar decisiones en contra de cuanto le educaron y programaron. Esa rebeldía es la garante de la autonomía intelectual del hombre, capaz de rebelarse contra su educación y tomar un camino diferente al que le programaron en su periodo educativo.
Por eso hoy día que la información –ubicua y al alcance de todos- hace que el conocimiento pueda ser auto-adquirido, la figura del intelectual, librepensador y libreactuante, pero honesto con sus propios principios, se hace absolutamente indispensable. Por eso, me parece un camino absolutamente equivocado y de consecuencia nefastas ir eliminando progresivamente del ciclo educativo la filosofía, el arte y las humanidades…
¡Saben perfectamente lo que quieren!!
Repugnante!
Pienso que son simples intentos por controlar lo incontrolable.
ResponderEliminarSi nos limitan en la libertad y la creatividad, si no nos dejan equivocarnos, ni pensar, ni razonar...filosofear...pensarán que ns tienen "controlados" pero las personas somos así y tarde o temprano buscaremos ideas, pensamientos...que estarán fuera de su alcance y ahí si que se liará gorda! al menos eso espero. Recuerdo la asignatura de filosofía como mi propio cambio adolescente, la recuerdo con cariño por hacerme pensar y por darme tantas respuestas, por ver que no pensar como todo el mundo no significa que me estéequivocando o fallando en algo, simplemente soy yo, y punto.
El anónimo era yo, Isa. Que la maquinita lo ha enviado así porque si!
ResponderEliminarEl problema es que muchas de las veces lo que nos interesa es el convencionalismo y ese comportamiento predecible del individuo y las masas. Lo contrario desmonta esto y esto es por lo que tanto hemos "luchado"... y hete que esto no deja de ser una paradoja ya que el luchador se convierte en el lider al que sigue la masa y vuelta a empezar. En utopia conseguiríamos que la sucesión fuera natural en función del interés y no tendríamos que lamentarnos de que los inquietos (investigadores) vivan mucho (ligandolo con el tema del otro día)
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