Apostar por el futuro, construir de manera honesta propuestas que definan situaciones cuyo único parangón es la propia creatividad, implica un riesgo y una incertidumbre que cada vez parece tener menos seguidores entre los artistas y creadores del siglo XXI.
Eso obvio que no hay recetas prefabricadas ni fórmulas preestablecidas que nos permitan alcanzar con solvencia una tarea tan compleja y de resultados tan impredecibles. El artista o creador que se enfrenta a la difícil tarea de construir estos nuevos imaginarios se instala en una incómoda –pero necesaria- sensación de incertidumbre y de riesgo de fracaso a la que tendrá que acostumbrarse, pues le acompañará mientras ejerza como tal.
Sin embargo, producir algo que suponga un avance en el imaginario simbólico o en iconografía formal para nuestra época contemporánea no significa trabajar a ciegas o cerrar la mirada al pasado o al propio presente. Ya decía Picasso (junto a otros grandes creadores) que no es posible ser moderno sin mirar al pasado, sin reconocer las deudas pendientes con la Historia. Es por ello que, tal vez, para poder innovar, para poder proponer un imaginario revisado y actualizado de la mirada hacia nosotros mismos y hacia la nueva realidad de la que acabamos de tomar conciencia tal vez pueda ser conveniente mirar hacia atrás y hacia todos los lados de nuestro alrededor. Porque, seguramente, en las propias inercias y rutinas cotidianas, en el contexto de sus propias “tribus”, en el ambiente audiovisual de las modas a las que se adhieren diariamente de forma espontánea, el artista encontrará con toda probabilidad las claves y el material gráfico/formal para construir esas sorprendes y seductoras imágenes –modelos para una renovada representación de la realidad- que siguen pendientes y que se le reclama.
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