Lo que trataré de exponer a continuación está fundamentado en algunas reflexiones que me surgieron a partir de un descubrimiento personal relativamente reciente que he definido como “el tiempo analógico de mi vida digital”.
Durante casi tres décadas, prácticamente desde que empezara a afrontar la vida cotidiana con una actitud que podría ser definida como esa cierta autosuficiencia del funcionamiento social, mi ritmo -ese tempo fenomenológico de la confrontación entre lo individual y lo colectivo- ha sido ciertamente acelerado y por ello –y en boca de mis contemporáneos-, moderno. Mi desarrollo personal estuvo durante ese largo periodo presidido por un vertiginoso fluir de acontecimientos de toda índole que dejaban algún residuo en mi proceso de aprendizaje de la vida. Éste, soportado por una actitud ciertamente esforzada (aprendizaje mediante el trabajo, autosuperación, inquieta curiosidad, deseo irrefrenable de conocer, etc.), nunca conoció reposo ni parada.
Mi percepción del mundo ha coincidido durante todos estos años con el devenir agitado y convulso de los tiempos actuales, fundamentada siempre en la fantástica capacidad de desplazamiento que he podido alcanzar gracias a las actuales prótesis tecnológicas que tenemos a nuestra disposición para viajar, a la increíble ubicuidad de la información que se me ofrece en cada instante y también a la alta tecnificación de cualquier proceso de actuación. Lo que me ha permitido –tanto a mi, como a los que, como yo, apostamos por vivir esta conversión- una forma de vida y de producción tan polivalentes como heterodoxas, capaces de soportar una ambición “sin límite” en los objetivos que me he ido marcando y que, a modo de reflexión autocrítica, pienso con sinceridad que éstos han encontrado muchas veces un desmesurado eco social, artístico y cultural no merecido. En cualquier caso, y aunque de una manera tan subjetiva como sui generis, creo haber podido dibujar a través de todas estas operaciones (realizadas desde “la otra orilla” –la de mi conversión digital-), un cierto mapa topológico de la cultura digital incipiente. Por ello, durante ese largo periodo, nunca pude compartir el fluir analógico del tiempo y que llevaba a un buen amigo mío (y reputado diseñador catalán) , a ser capaz de invertir dos días completos -con sus dos noches- para realizar el trayecto por carretera que separa las ciudades de Cuenca y Valencia cada vez que venía a visitarme, y que a mí me tomaba no más de un par de horas –incluso llegué a realizarlo en un fantástico registro de apenas una hora y treinta y cuatro minutos!! Ese era el tipo de hazaña, la auténtica medida de una mal entendida conquista social, que alcanzaban nuestros retos personales como pro-hombres de la nueva cultura, relegando a personas como mi buen amigo catalán al status de persona extraña y “fuera de su tiempo”, sólo porque él era capaz de seguir viviendo la vida con el reloj analógico, viendo en cada árbol del camino una entidad viva y diferenciada, llena de potencialidades sensibles para ser disfrutadas individualmente, y no, como en mi caso, sólo como un fugaz y desdibujado componente de la masa arbórea que llamamos bosque y que ocupaba gran parte de esa abstracción llamada “espacio entre dos ciudades”.
Todas estas pequeñas inversiones del tempo de nuestra híbrida vida cotidiana actual se muestran puntualmente eficaces para evaluar tanto las pérdidas como las ganancias que estamos a punto de asumir en nuestra transición de la vieja a la nueva cultura. Generalmente, las pérdidas –que son muchas y cuantiosas- suelen ser de tipo sensorialmente cualitativo, mientras que las ganancias suelen afectar por regla general a parámetros de tipo cuantitativo. Baste recordar cómo la pérdida del sentido háptico de la experiencia del texto escrito, no sólo supuso una pérdida sensorialmente irreparable para las nuevas generaciones de lectores al final de la edad media, acentuando la textualidad puramente visual-sonora de la palabra escrita, sino que posibilitó –precipitando- la definitiva disgregación de la cultura occidental de la oriental, que apostó por conservar el valor de la escritura como un parámetro sensitivo globalizante, manteniendo esa escala 1:1 que les asegurara una relación armónica con la naturaleza, pero que, sin embargo, les imposibilitó para afrontar los cambios que, gracias al aumento espectacular del coeficiente sensorial provisto por los tipos móviles de la imprenta de Gutenberg, llevaron a la hegemonía cultural, social y económica a nuestro empobrecido Occidente.
[1] DÍEZ-GUADIOLA, Javier: “Entrevista a Pierre Huyghe”. A,B,C,D las Letras y las Artes, Suplemento Semanal. Madrid. 21-27 de Julio de 2007. Pp. 30-31.
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