Un lector del texto “Esferas costeras del ciberespacio” (05/09/09) me responde a la duda que abre la reflexión que me hago en él: “El avance físico es diferente a la amplitud visual, mental y onírica”. Resulta tan obvio que la lógica que se desprende de una respuesta tan aplastante me deja confundido y me incomoda durante toda la noche: ¿cómo he podido tener un pensamiento recurrente durante tanto años si la respuesta al mismo es tan obvia, tan sencilla? Tras mucho desvelo consigo comprender el mecanismo que me ha llevado a evitar tozudamente una respuesta tan evidente durante tantos años: tal vez porque la primera vez que fui consciente de que siempre había vivido obsesionado por esta cuestión aconteció cuando mi vida cambió radicalmente de escenario: de la costa mediterránea a la extensa llanura manchega. Esta inmensa extensión física susceptible de ser fácilmente transitable, más allá de proveerme un espacio mental de libertad, me condujo al agobio y a la claustrofobia. Luego, por tanto, la lógica de una respuesta como ésta a una pregunta como aquella no se producía por la diferencia en la percepción humana entre avance físico y amplitud mental, sino en mi opinión, porque mientras los límites distantes de la llanura manchega no esconden para mi secreto alguno sobre lo que en ellos me espera, el mar me deja la gran incógnita, no sólo sobre la cualidad de su destino, sino sobre la calidad –los avatares- de su tránsito, sobre los excitantes misterios de viaje más allá de finisterre.
Con este argumento no estoy tratando de contradecir los términos de la observación que se me hace, que parte y se implementa sobre la incontestable lógica del funcionamiento de nuestro mecanismo mental, sino tan sólo apuntando la posibilidad de construir un bello espacio alegórico que ligue el sentimiento contradictorio que se da en el hombre entre la inmensidad inabarcable del mar y el sentimiento de libertad que alcanza -desde su negra infinitud- el Espacio Electrónico de la Comunicación y la Información a partir de la percepción del mundo físico –nuestro planeta Tierra- como un espacio transparente que no nos oculta cuanto sucede al “otro lado del mundo”, desvelando poiéticamente la cartografía relacional de nuestras comunicaciones, de nuestras transacciones e intercambios.
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