Qué duda cabe que cualquier clasificación está sujeta a los parámetros preestablecidos por los objetivos que persigue quien la construye.
Qué duda cabe que cualquier operación taxonómica no resiste ni la otredad ni el paso del tiempo.
Qué duda cabe que no existe una posible organización del conocimiento universal.
Por tanto, yo debía haber sido consecuente con todas estas verdades conocidas (más bien, obviedades) y no haberme atrevido a proponer una clasificación para el Arte Digital.
Cuando Laura Sebastián me remite a Emili Prado, quien nos hace observar la diferencia entre interactividad y feedback, proponiéndonos 4 niveles jerarquizados de interactividad, no puedo sino aceptar la pertinencia y la utilidad de su propuesta. Debo decir, que ya conocía –y estaba de acuerdo- con la aportación de Prado (de quien tengo el honor y el placer de conocer personalmente).
Cuando Nacho Mellado me pregunta si sería posible deshacerse de la jerarquía implícita en mi clasificación para poder hacer que las distintas manifestaciones artísticas perteneciesen a varias categorías simultáneamente (ya que, por ejemplo, puede haber Software Art que sea interactivo, o piezas de Game Art basadas en Vida Artificial), creo que tiene toda la razón. De hecho, cuando construí dicha clasificación (trabajo no de un día sino de varios años de perfeccionamiento y re-adaptación) ya había calculado los efectos perversos de esta posibilidad de “pureza” de pertenecer a un solo género, algo además antitético con la heterodoxia del arte actual.
Entonces, ¿por qué he sido tan atrevido, prepotente o incluso estúpido de confeccionar este corsé clasificatorio? Simplemente por pura utilidad funcional. Resulta operativo establecer una mapa de grupos; una especie de cartografía que ubique obras por géneros, aunque para poder aplicarla, el usuario de dicha tabla clasificatoria deba de establecer previamente, y según sus propias necesidades u objetivos, una jerarquía en las propiedades que puede serle asignada a cada obra o pieza. Esto es: al igual que ponemos a la Meninas de Velázquez dentro de la categoría “Pintura” y no en la de “obra científica” (ya que lo fue, según los conocimientos científicos que aplicó su autor), porque así está en el lugar que mejor la representa (o aporta), eso mismo hago yo con cada una de las obras de Arte Digital, tratando de ubicarlas en el género (o grupo) que mejor la representa o que más aporta.
Así, esta clasificación me sirve a mi como gestor de un Museo-Centro de Arte y Tecnologías. Pero, como profesor, muchas veces debo de construir otra clasificación distinta. Pienso sinceramente que mi atrevimiento divulgando a través de mi blog esa determinada clasificación se ha debido a dos motivos principales:
- Ofrecer el modelo que a mí (como museólogo especializado en Arte y Nuevas Tecnologías) me ha servido durante los últimos 20 años personalmente para poder organizar toda la vasta colección de obras artísticas (tangibles e intangibles) de Arte Digital que atesora el MIDECIANT de Cuenca, y..
- Porque era muy consciente de que su publicación podría producir en su asimilación por diversos usuarios los efectos de rechazo y de debate que tan convenientes y necesarios son en estos cruciales momentos para el devenir del Media Art.
Pero, también es cierto que un error de bulto, o, mejor dicho, una severa limitación de una clasificación propuesta y redactada de esta manera es que se ha hecho desde los parámetros de estaticidad y autonomía que son propios de la cultura analógica anterior. Es decir, utilizar una clasificación escrita en un soporte bidimensional, estático y que no es relacional ni hipertextual. Esto es lo que me apunta Nacho Mellado cuando comenta que “En mi opinión, podría representarse la clasificación como una red donde las manifestaciones artísticas aparecen como nodos conectados a etiquetas descriptivas. De esta manera, cada manifestación podría pertenecer a varias categorías a la vez... Como los tags con que se clasifica un contenido en la red, por ejemplo.”
Of course. Ya que ésta debería haber sido construida siguiendo las cartografías virtuales escritas en modelos de interfaces electrónicos hipermedia (como, por ejemplo, nos propone Santiago Ortiz en su Bestiario.org).
De esta manera podríamos establecer recorridos relacionales que asignaran parámetros diversos a una misma propiedad y, por tanto, a una misma obra. Una clasificación de un Arte Digital utilizando un modelo paradigmático analógico es en si mismo un contrasentido, una cruel paradoja, en la que yo he caído como un ratón en una ratonera.
Tomo nota!
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